"Las fronteras no son del este o del oeste, el norte o el sur, sino allí donde el hombre se enfrenta a un hecho" Henry David Thoreau
Viajar a la frontera
representa una transición bastante interesante, no hablo aquí de la frontera de
grandes ciudades, hablo del campo, de la Venezuela profunda, de aquellos
lugares en donde un camino de asfalto es un lujo, en donde las personas
famélicas dejan de estar en fotografías de otros continentes, y se trasladan a
3 horas de tu hogar. Así mismo, te vas dando cuenta a medida que recorres cada
kilómetro como vas dejando atrás las ataduras de la sociedad a la que estás
acostumbrado y que te aprisiona en una cotidianidad que no deja respirar tu
conciencia.
¿Y qué tal si nos olvidamos
de los formalismos? ¿Qué tal si llamamos las cosas por su nombre? Así dejamos la hipocresía
del mundo moderno, en donde lo que tienes dice lo que vales, donde las personas
pasan horas trabajando en actividades que odian, para gastar su dinero
intentando demostrar a los demás que son mejores. No hay vida más vacía que
aquella en la cual te crees alguien que no eres, para impresionar a personas
que no conoces, gastando el dinero que
no tienes, sabiendo que te olvidaran como a muchos.
Quizás la verdadera razón de
la vivir no sea más que marcar, dejar huella en corazones, cabezas y manos para
no ser una víctima del olvido flotando en el río de los recuerdos
Los humanos y nuestras estúpidas
formas de hacernos daño, no demostramos otra cosa que ser una especie muy
joven, que aún se asesina por los motivos más fútiles como lo puede ser un
queso. ¿Qué dirán nuestros descendientes en 200 años sobre nosotros? Probablemente
descubrirán mejores formas de gobierno, y seremos vistos como seres tan tontos como
aquellos que postulaban la teoría heliocéntrica y pasaremos a la historia por
el "descubrimiento del Internet" como quien habla del descubrimiento
del fuego o de la rueda.
La cuestión es hacer
nuestras vidas un poco menos miserables, miserables en el sentido de que no
miramos más allá de lo que está frente a nosotros, y simplemente nos
convertimos en autómatas criados para trabajar durante 30 años y luego
jubilarse, siendo parte de un sistema que hace a los ricos mucho más ricos, y a
los pobres los aparta como niño que no quiere vegetales en su plato.
Tal vez una vida humana solo
sea un suspiro en el mar de la existencia del universo, pero nosotros decidimos
si es uno de alegría o de tristeza, y en función de ello debemos actuar, con ética
campesina como diría alguna amiga,
aplicando lo que pregonamos y advirtiendo que solo tenemos una vida, que es muy
corta, y que debemos vivirla para nosotros, pero marcando otras tantas, siempre
teniendo como norte la felicidad.
¿Qué podemos decir de la
meta si no recorremos el camino? ¿Cómo saber la historia del otro si no se la
preguntamos? ¿Cuándo merecemos ser atendidos si nunca atendemos a los que nos
rodean? Sin duda, estas preguntas nos invitan a reflexionar, y cada quien le
dará una respuesta diferente, porque la individualidad nos hace lo que somos,
es decir, únicos.
Es sumamente curioso que
visitamos lugares lejanos para descubrirlos, pero terminamos descubriendo
nuestras propias fronteras, nuestros límites y sacando lo mejor de nosotros
mismos.